Texto: Fabiola Ramos Gallo
Chilpancingo, Gro., 30 de junio de 2020.- Ameyaltepec, es un poblado en el Alto Balsas de Guerrero, esta región tiene altos índices de población indígena, lenguahablante principalmente del náhuatl. Las condiciones sociales del lugar son hasta ahora precarias. Sin embargo, entre el rezago educativo y la pobreza, los habitantes nacidos en Ameyaltepec parecieran nacer con un don o herencia ancestral, el arte.
La región, mayormente conocida por ser cuna de artistas del dibujo y pintura sobre papel amate como Pablo Nicolás Parra y Eusebio Díaz. Vio nacer a Nicolás de Jesús el 6 de diciembre de 1960, quien desde muy pequeño admite haber identificado las necesidades de su comunidad. Al no contar con primaria de grado completo, Nicolás migró a Iguala, ahí tuvo que atravesar barrancas y veredas accidentadas por varios kilómetros para poder recibir educación en busca de un mejor futuro.
Continuó así sus actividades académicas sin dejar de lado su inspiración y herencia cultural, el dibujo. “Es muy natural que uno empiece estar muy emocionado desde niño, uno quiere ya ver la oportunidad de empezar, no es algo que te obliguen a hacer. Quizá algunos ya traigamos algo que ya nos identifica más, cada quien es diferente en su ser y creo que decidimos ya con el tiempo que esa va a ser nuestra vida, nuestro trabajo, nuestra manera de transportarnos, de interpretar al mundo, de darnos ese gusto a pesar de la situación que se vive” dice Nicolás.
Tiempo después, a la edad de 16 años Nicolás de Jesús sufre una pérdida irreparable. Su padre fue asesinado al sostener una discusión con un sujeto. Al no tener más familiares, tuvo que reconocer el cadáver “yo iba en tercero de secundaria, mi padre había ido a acompañarme a Iguala porque seguía estudiando allá y es cuando lo matan. Me dice el agente pues ponte fuerte, no hay ningún familiar, lo reconocí bien baleado, tenía como veinti tantos disparos. Eso fue muy duro para mí, empecé a revelarme a tal grado que comencé a clavarme con el alcohol” comenta aún desanimado.
Reconoce que por mucho tiempo “perdió la brújula”, y expresa la preocupación que siente por los jóvenes que caen en las drogas buscando una falsa salida. Entre el dolor y la soledad, Nicolás encuentra una luz en su camino que le mostró las maravillas del arte.
Emocionado, a través de los años comenta que “una señora que era amiga de mi papá, Macrina Rabadán, una política de mucha historia en Cuetzala, ella dirigía el FONART que era donde compraban las obras de mi padre; cuando sucede esto ella me llama y me dice que sólo me ayudarán con el transporte del féretro al pueblo, y me pidió un dibujo en el que narrara el suceso. Me animé y lo hice, fue ahí cuando descubrí que me sentía pleno cuando estaba trazando las figuras, interpretando lo que había pasado y lo disfruté, al mismo tiempo que me dolía lo empecé a disfrutar. Es algo que empieza a trabajar emocionalmente dentro de uno, empiezo a sanar, es como cortar un listón, haces catarsis y comienzas a soltar”.
Es justo este suceso el que lo decantó hacia los esqueletos, además la relación íntima con la celebración del día de muertos característica de su pueblo. Lo que viene después sería el reconocimiento de su arte no sólo a nivel nacional sino internacional, convirtiéndolo así en uno de los pintores más destacados de México.
Su arte ha sido expuesto en diversos museos alrededor del mundo, pero antes de ello su cercanía con el Neólogo y Antropólogo, Felipe Ehrenberg aportó considerablemente en su preparación y catapulta.
A los 19 años, Nicolás salió del estado de Guerrero y estudió la preparatoria en Morelos, estando en clases una maestra (quien trabaja entonces en la Secretaría del Trabajo y Previsión Social) tomó interés por los dibujos del joven estudiante, y le hizo extensa la invitación para que participara en un certamen que, si bien era dirigido a trabajadores e hijos de trabajadores, le darían la oportunidad por medio de la profesora.
Como de costumbre y ante su afición por las artes, el joven accedió a participar. Fue grande la sorpresa cuando su primer trabajo ganó el primer lugar a nivel estatal en Morelos por lo que pasó a la etapa final a nivel nacional donde repite el acierto y gana nuevamente el primer lugar por el que le otorgan como premio una beca en Bellas Artes, para estudiar formalmente pintura.
“Eso me dio una chispa de confianza, yo hasta ahora soy muy inseguro. Entonces me acordé de Felipe Ehrenberg, porque claro que lo conocí de pequeño, pero se fue al extranjero y dejamos de vernos. En ese tiempo yo tenía mis dudas sobre si me iba a servir la escuela formal para aprender, disfrutaba mi trabajo, sentía que ese era el camino correcto. Entonces hablé con él y me invita a Veracruz donde estaba viviendo y me fui a verlo, le comenté del premio, y me dice “no mano, deja eso de lado y tú síguele pintando”. Felipe me apoyó mucho siempre, me decía “vas bien, tú síguele” y yo la verdad me sentía mal de darle talleres a gente con carrera universitaria”.
Fue en el año 82 cuando viaja al entonces Distrito Federal a tomar un taller sobre grabado llamado ‘Ante las vías limitadas’ que impartió Alejandro Ehrenberg, sobrino de Felipe.
A pesar de que ahora, es un reconocido grabadista, Nicolás confiesa lo desesperante que fue para él permanecer en dicho taller, pues la rigurosidad del trabajo es muy meticuloso, algo que no le agradaba tanto así que estuvo a punto de renunciar, sólo porque llegó a un acuerdo con Alejandro Ehrenberg de que aprendiera viendo a los técnicos como limar y trabajar las láminas para grabado. Después de dos meses de “monotonía” logró aprender el uso de las herramientas que después le facilitaría realizar sus propios grabados.
Posteriormente, regresaría a Cuernavaca donde formaría una familia, en el año 86 conciben a una niña. Esa época le tocó vivir momentos difíciles, reconoce que vivía en una inestabilidad emocional y económica “Que compromisos más feos para uno que se va a dedicar a esto porque ahí anda pasando uno el día, de ¿y ahora que comemos?, yo viví en una casa de cartón en una barranca. Hubo una colonia que formamos, en ese año hubo un cuate que nos dijo que habían unos terrenos en Chula Vista, y nos invitó a ocuparlos así como paracaidistas, y pues uno con la necesidad de un espacio para vivir pues dije ¡vámonos! y ahí hicimos una casita de cartón en una barranca, así como topos” cuenta ahora entre risas el pintor.
El viaje al extranjero
Pronto comenzó a buscar opciones para sobrevivir, viajó a Guanajuato a realizar unos murales que intercambió por pieles mismas que pintó y expuso en el Jardín Bordan en Cuernavaca. Después visitó San Cristóbal de las Casas en Chiapas, donde vivió por unos meses y conoció al pintor Juan Gallo y a unas jóvenes de San Francisco, California. Después del viaje le insistían fuera a visitarlas lo que le sembró la inquietud de viajar ‘al otro lado’.
“Tuve esa idea en mi cabeza, hasta que fui a mi pueblo en diciembre y fueron unos primos que vivían en California, y también me incitaron a irme, hasta que llegando a Cuernavaca le dije a mi mujer que me iba, y me fui de ilegal. Estuve con mis primos, ellos se iban a trabajar a la construcción y yo me quedaba pintando. Luego de un tiempo se me quedaban viendo raro, yo sentía que ya les estorbaba. Para eso pasaron 3 meses, ya tenía como 12 pinturas”.
No fue nada fácil pasar a Estados Unidos, mucho menos permanecer allá. Las rodadas eran muy comunes en esos años, las deportaciones aumentaban y el racismo entre la sociedad anglosajona continuaba muy pronunciada, en cualquier momento podría ocurrirle una desgracia al protagonista de esta historia.
Un día Nicolás y sus primos daban un paseo por una plaza comercial, entonces un par de hombres “güeros” se acercaron a ellos con navaja en mano y entre insultos los mexicanos esquivaban los navajazos que soltaban los estadunidenses enfurecidos por la presencia de latinos en su país. “Nomás pude patalear con las botas que había hecho con las pieles de Guanajuato. esa vez dije pa’ qué chingados me vine de mi pueblo, me hubiera quedado allá. Fue cuando tomé la decisión de irme a San Francisco”.
El viaje no le sentaría mal al artista, en San Francisco pudo contactar a las amigas que conoció en San Cristóbal de las Casas, ellas lo llevaron a los sitios culturales del lugar, incluso en cuanto llegó al Museo Mexicano de San Francisco vendió sus 2 primeras piezas, una de ellas se utilizó para la invitación de la celebración del día de muertos del lugar.
“Me empezó a cambiar la vida, ese era mi mundo, estuve un mes en San Francisco y luego fui a Chicago, ahí estuve más estable, me sigue a medio año mi esposa con mi hija. Fui afortunado porque llegué en tiempos de mucha apertura, estaba llamando mucho la atención el arte latinoamericano” recuerda con nostalgia Nicolás.
Hasta el día de hoy, Nicolás de Jesús es uno de los pintores mexicanos más reconocidos a nivel mundial, ha expuesto en diversos recintos culturales de México, Estados Unidos, Europa y Asia; asimismo, algunas de sus obras han sido adquiridas por reconocidas personalidades como una hija de David Rockefeller quien le obsequió un libro de obras pictóricas latinoamericanas que había adquirido en vida su padre.
Su movimiento artístico siempre se ha visto encaminado hacia las luchas justas y movimientos sociales como la oposición a la presa la Parota y el apoyo al Ejército Zapatista de Liberación Nacional, por mencionar algunos.
Nicolás de Jesús dice que siempre se manifestará en contra de las injusticias a través de sus obras. Mencionó que actualmente se encuentra trabajando una pieza que se pronuncia contra el racismo en Estados Unidos, mismo que le arrebató la vida a George Floyd el pasado 5 de mayo.