Texto: Fabiola Ramos Gallo
Fotografías: Especial
Chilpancingo, Gro., 28 de septiembre de 2020.- Hace poco más de 6 meses la pandemia por el nuevo coronavirus ocasionó la psicosis colectiva y un cambio radical en la cotidianidad de la humanidad. Eventos que habían sido inimaginables como la parálisis en la mayoría de sectores de la economía sucedieron.
Lo cierto es que la pandemia por covid19 vino también a evidenciar la falta de garantías para una vida digna, entre estas quedaría cimbrado en las naciones el paupérrimo sistema de salud y la aproximación de la agudización de las brechas de acceso a la salud y a la educación .
En Guerrero, la historia ha sido más apabullante que en las ciudades cosmopolita, la economía de la entidad depende innegablemente del turismo y del trabajo informal.
Siendo el segundo estado con los índices más altos de pobreza en todo el país, la pandemia fue una muerte anunciada incluso antes de que tuviera lugar en el sur del ombligo del mundo.
A través de estas pequeñas historias, tratamos de aglutinar solo algunas vivencias, perspectivas y realidades de nuestro estado de Guerrero. En estas líneas se busca concientizar y ser espejo de la cotidianidad en tiempos de pandemia.
El eco de las cuerdas
Don Tadeo es un hombre de 65 años, originario de la región Tierra Caliente, radicado en Acapulco desde hace ya unas 5 décadas.
Desde su llegada al puerto, Don Tadeo se empleó como músico en las playas de Acapulco; el puerto estaba en su apogeo económico con la denominada época dorada y las bahías de la perla del Pacífico se congestionaban de extranjeros y celebridades.
Transcurrido el tiempo, un virus mucho más viejo que el que hoy nos mantiene en incertidumbre fue devorando poco a poco el paraíso guerrerense. Las primeras granadas detonadas, cuerpos desmembrados fueron minimizando los atractivos de las tierras surianas.
Aún con ello, don Tadeo continuó dejando sus huellas a través del tiempo y en las mismas arenas. Hasta este 2020 cuando un nuevo enemigo se sumó a la incertidumbre del día a día de los acapulqueños.
Para el mes de marzo se anunció el primer caso de covid-19, Tadeo no es un ávido lector de los diarios, ni fiel televidente, solo se informaba por lo que llegaba a escuchar entre los ambulantes de la playa, sin embargo, al igual que muchos seguía incrédulo y salía a trabajar sin una sola medida de prevención. Así avanzó la crisis sanitaria y con ella avanzaba Tadeo quien se resistió a soltar su guitarra, hasta que iniciaron los primeros síntomas que anunciarían su tormento.
“Para mediados de mayo, me empezó un malestar en la garganta, como si tuviera una angina inflamada pero no le hice caso, pensé que era el calor que había estado canijo. A pocos días iniciaron las fiebres, calenturones que no se me quitaban con nada, un ardor se me expandía en el pecho, me costaba trabajo respirar” narra don Tadeo quien sonríe como quien le ha jugado un engaño a la muerte.
El calentano no pudo más tocar la guitarra, mucho menos cantar, eso lo agitaba demasiado desde que presentó los síntomas, de manera discreta comenta que siempre ha sido muy ahorrativo, hábito que le ayudó a poder pagar por un año de servicios médicos en el ISSSTE, instituto que le brindó la atención.
-“Ya con los síntomas fui a dar allá y ahí empezó lo feo. Me dijeron que tenía todos los síntomas de los que se habían contagiado de covid, me querían hacer una tomografía pero el aparato estaba descompuesto. Finalmente me mandaron a una clínica privada ¡en 8 mil salió el estudio!. Al último lo checaron y efectivamente tenía el virus. Yo no entendía nada, solo veía unas manchas nubosas en mis pulmones, yo de por si soy diabético y por mi edad pensé que de esta no salía” .
Volví a casa, me aislé de mis nietos, de mis hijos. Mi mujer fue la que estuvo siempre pendiente de mi alimentación y de cuidarme. Perdí el apetito, no podía respirar, pensaba en lo difícil que iba a ser volver a la chamba, yo vivo de tocar y de cantar, camino de 12 a 6pm, a veces hasta las 9 de la noche en días buenos.
Ni modo pues, a punta de medicina que ni sabíamos si me iba hacer bien, con eso de que dicen que no hay cura pero me los tomaba. Ivermectina, nebulizaciones, inyecciones ese fue el tratamiento.
Pasaron los 20 días que me dieron de cuarentena y yo tuve 2 opciones: quedarme en casa y morirme de hambre o volver a las playas a talachearle. Después de 4 meses sigo agitándome, el dolor y ardor en la espalda me sigue molestando de a ratos, volví a revisión, me dicen que son las secuelas que dejó el virus en mi cuerpo, y acá ando cantando y tocando, nomas que ahora sí me pongo cubrebocas”.
Enfermera Guerrerense en primera línea de combate
Esta historia resalta no porque la protagonista haya contraído coronavirus, sino por su enorme labor en la primera línea de combate, la breve línea entre ser la esperanza del enfermo y convertirse de pronto en un paciente más, es el riesgo que corre Mariana, enfermera guerrerense radicada en CDMX y trabajadora del hospital Adolfo López Mateo.
Este hospital, se ha vuelto la segunda casa o solo de Mariana sino de al menos 4 guerrerenses desde hace poco más de seis años, la labor nunca ha sido sencilla pero en tiempos de pandemia la estabilidad psicológica del equipo de trabajo colapsó.
El Centro Hospitalario Adolfo López Mateos, en un primer momento no fue asignado como hospital covid, sin embargo, conforme la pandemia avanzaba los jefes de enseñanza capacitaban al personal para cuando ese momento llegara.
Mariana, es acapulqueña egresada de la facultad de enfermería de la UAGro, es casada y tiene una hija. A principios de año recibió una noticia devastadora, su esposo fue diagnosticado con Cáncer de estómago, a la par fue notificada sobre la nueva función que asumiría su centro de trabajo; el primer paciente confirmado de covid había sido internado, esto significaría un vuelco en la operación habitual del hospital.
“En mi caso fue terrible yo tuve que luchar contra el covid y contra el Cáncer, la verdad es que en un principio cuando tuvimos que enfrentarnos a lo que es el covitario con esa enfermedad, desconocida que ataca a los pacientes de manera distinta a lo que vemos cotidianamente sentimos mucho miedo. Recuerdo los primeros casos de tres pacientes que ingresaron a la sala de triage, pasados 3 filtros se confirmó el padecimiento de covid, estaban esperando que se les fuera entregada su bata, a que se les asignara su camilla de pronto los volteamos a ver y uno ya estaba de lado, el siguiente también y el último ya estaba cianótico e insuficiente, a la mayoría en este caso se les intuba y lamentablemente casi siempre mueren”.
La extrañeza entre el ingreso y el estado del paciente era abismal, las notas de enfermería dictaban el ingreso de pacientes a las 10 de la noche y a la 1 de la madrugada ya habían muerto. Aunado a toda esta preocupante situación se agrega la incomodidad de permanecer por más de 10 horas dentro de un traje especial.
“Los compañeros que estaban en primera fila de combate pasaban hasta 11 horas dentro de un equipo de protección donde los gogles se te empañan, donde tienes que usar una careta, dentro un traje especial que te hace sudar excesivamente, no puedes beber agua, si te dan ganas de evacuar u orinar no puedes hacerlo porque si te lo quitas es un equipo desperdiciado y corres el riesgo de contaminarte” relata Mariana.
Ser juez y parte: la ética profesional durante una emergencia sanitaria
Frente al grave escenario el personal de médico no ha podido ser indiferente, compañeros médicos, enfermeros, camilleros han tenido que ser el mensajero de los pacientes que son aislados de su familia y de la realidad misma.
“Muchas veces nos ha tocado ser corazón, te pones en contacto con los familiares que están desesperados de no saber como se encuentra el paciente. En mi caso un día respondí una llamada a la extensión de urgencias y era un policía federal y me dijo “señorita soy oficial de policía federal, me encuentro cerca del hospital resguardando un área, estoy de turno y mi mamá está en el covitario, señorita yo le pido por favor que le haga saber a mi madre que no estoy con ella pero que estoy cerca pendiente” cuenta aún conmocionada.
Al igual que Mariana, sus compañeros han hecho videollamadas, han entregado cartas electrónicas, audios de los pacientes a sus familias y viceversa, esto de alguna manera ha logrado que haya una mejoría en el ánimo de los pacientes que llegan a perder incluso la noción del tiempo y de la realidad quedando desorientados por lapsos que pueden variar de unas horas a días enteros.
El estrés vivido orilló a que muchos trabajadores del hospital acudieran a terapia, el servicio psicoterapéutico fue habilitado para el personal que lo requiriera, Mariana no concibió más una vida tranquila, una vez bañada continuaba pensando en que el virus le acompañaba y que pondría en riesgo a su familia.
“En un primer momento pensé ¿Qué voy a hacer? Soy un riesgo para toda mi familia, mi marido estaba recibiendo su primer quimioterapia, mi madre tiene un problema pulmonar, tengo a mi pequeña de 5 años. Me enfrenté al miedo de saber que exponía a los míos, y al tiempo ser sustento y pilar de ese hogar; terminé por tomar terapia, las psicólogas me dicen que mi batalla es doble. Sin duda el mes de marzo inició el miedo y frustración más grande que he sentido en la vida” finalizó la enfermera.
Debido al temor de ser portadores del virus, los casos de cuadros ansiolíticos y depresivos han incrementado en todos los hogares y principalmente en empleados de sector salud, que enfrentan directamente al nuevo coronavirus. Aún con esto, Mariana comenta que existen pacientes que van con lo que pareciera “leyenda urbana” adjudicando las miles de muertes al personal, siendo que gran parte de población continúa incrédula ante la existencia y amenaza del virus lo que provoca un problema sanitario y un problema de operación para ellos, pues ante el aumento de casos se saturan las unidades médicas y complica también el acceso a medicamentos.