Texto y fotografías: Fabiola Ramos Gallo

Acapulco, Gro., 09 de agosto de 2021.- Bajo el calor abrasador, una mujer teje con agilidad las hebras que habrán de formar un collar, a simple vista Dominga es una artesana más en Acapulco. Es lejana la suposición, detrás de sus ojos rasgados lleva consigo una bruma de sueños, mitad realizados y algunos por emprender. Con valentía va dejando huella en una ciudad que no es suya, pues al igual que un 23.7% de guerrerenses; Dominga migró hace 35 años a buscar trabajo en Acapulco, a sumarse al comercio informal que es donde mayoritariamente se emplean los indígenas en los paraísos de concreto.

Para poder entender el éxodo que emprenden los indígenas desde la individualidad o en colectivo, está demás decir que cuando migran, no sólo abandonan un espacio geográfico, sino toda una cosmovisión, un cúmulo de costumbres, tradiciones, organización y raíces que contrastan y se repelen con lo hallado en las capitales y urbes.

Bajo este fenómeno se mantiene evidente el contexto de los pueblos originarios, las escasas oportunidades laborales para las zonas rurales y una oferta educativa limitada e inadaptada a las necesidades de las comunidades lenguahablantes que, cabe mencionar, en Guerrero coexisten 4 de ellas: Mixteco (Tu’un Savi), Tlapaneco (mé’phaa), Amuzgo (Ñoomnda) y Náhuatl.

De acuerdo con el más reciente Panorama Sociodemográfico de México realizado por el INEGI en 2020, Guerrero ocupa el 4to lugar en el país con mayor presencia de lenguahablantes, pues de un total de 3 millones 540 mil 658 guerrerenses, al menos 515, 487 son personas que aún conservan y/o rescatan su lengua materna; sin embargo, más del 21.6% de indígenas lenguahablantes no hablan Español.

Salvar la colectividad, un reto para Dominga y el Colectivo Mantli

Dominga Mateo de la Cruz, es artesana, elabora desde huaraches, pulseras, diademas, jarros y hasta collares. Su creatividad no tiene límites, tampoco su valentía. Dominga es de origen tlapaneco; proviene de Caxitepec, una pequeña localidad de no más de mil 500 habitantes ubicado en el municipio de Acatepec en la región Montaña. Allá en aquella comunidad se sobrevive aún de la siembra para el autoconsumo y el trueque entre los habitantes.

«En la ciudad todo es dinero, si yo voy por frijoles y pido cambiar por calabazas, me van a decir que no, que estoy mal. Aquí sólo comes con dinero».

Nuestra entrevistada es parte de ese gran grupo de indígenas que migran a las cabeceras municipales o incluso a otros estados en busca de mejores oportunidades, aunque eso signifique -contradictoriamente- padecer discriminación, abusos de poder y pésimas condiciones laborales.

¿Por qué una niña de 12 años abandonaría su hogar, la familia y la vida en el campo? Domi nos explica que en su comunidad sí hay escuelas, lo que falta es empatía por parte de las autoridades educativas, que desde una concepción generalizada sigue dando un golpe discriminatorio a las etnias desde las aulas.

«iba en segundo de primaria cuando dije yo no puedo, así me lea el libro todo el año no podía aprender, más los números, las multiplicaciones y eso; los libros estaban en español y yo no sabía entender más que mi lengua» dice Domi que ahora ya lo toma con humor.

Descartando la educación como un medio de superación y ante la casi nula oportunidad laboral en su tierra, Domi decidió emprender un nuevo camino, viajó hacia Ayutla donde trabajó un año; posteriormente viajó a Chilpancingo y Acapulco. En ambas ciudades el choque cultural le arrebató no sólo lágrimas sino las ganas de seguir y el sueño en varias lunas; reconoce que nada de lo que se dice sobre la vida en las ciudades es verdadero.

«La gente es muy dura, yo sufrí mucho por no hablar Español. Había noches que ni dormía, llevaba trabajando 2 meses y la patrona no me pagaba. Tenía otras compañeras de limpieza y hablaban que a ellas les pagaban 200 pesos en aquel entonces, a mí sólo me daban 80 pesos, le cargan la mano cuando ven que uno viene de fuera».

Aún refleja los nervios en el frotar de sus manos cuando relata que unas amigas de distintos pueblos originarios dijeron que «en Acapulco se vivía mejor y que pagaban más», admite que el reto la apabulló; sin embargo, nuevamente empacó y buscó oportunidades en la ciudad- puerto más grande del estado.

«Decía si me voy a Acapulco, quien sabe hasta cuando volveré a ver mi familia. No es nada la maravilla que te cuentan de Acapulco. Nos venimos con ese grupo de muchachas y ya acá cada quien se perdió; yo me ponía a llorar porque me perdía en la calle. Luego encontré trabajo en una fonda y era muy pesado, era madrugar, me decían que entraba yo a las 7 y yo no entendía eso, llegaba 7:10 y me descontaban el día. A pesar que había mucha comida a uno la ponían a comer frijoles, parada o a veces ni eso».

Lo que definió el actual destino de Domi fue casualidad, una amiga nahua que conoció en el puerto una vez enterada de lo poco que ganaba, la invitó a hacer artesanías. Le obsequió material seguido de un «toma, haz tus artesanías, bájalas a vender a la Costera que aquí la que se está matando trabajando eres tú» desde allí todo ha sido un constante aprendizaje.

De andar por la costera se estableció en el zócalo, ahí varios artesanos eran liderados por un hombre que siempre se mostraba autoritario y cuando algo no le parecía, mandaba a los de vía pública a desalojarlos y retirarles mercancía.

«Una vez me tocó a mí, me quitaron todo mi material, no pude dormir, estuve llore y llore ¿cómo podía recuperar mi mercancía?, no sabía ni donde estaba oficina para reclamar. El gobierno te excluye, te quita todo cuando hay muchos delincuentes en el camino».

Con valiosa resiliencia, Dominga cuenta que aprendió a hablar Español en un año con las pocas instrucciones de sus tantos patrones y por la necesidad de subsistir; Posteriormente, aprovechó algunos talleres que ofertó el DIF para elaboración de artesanías y ahí perfeccionó y amplió sus habilidades; ahora es ella quien da cursos en colonias y a demás artesanos del colectivo que conforma.

«Ahora ya mis hijos no se mueren de hambre como yo pasé» dice con un esbozo de sonrisa que oculta el cubrebocas pero el brillo en sus ojos denota y enaltece; resalta que sus 6 hijos han perdido la lengua materna a causa de la migración, sólo ella lo entiende y aún lo conversa con algunas compañeras del colectivo artesanal al que pertenece.

La colectividad es lo que más extraña de su localidad, también la naturalidad de la gastronomía, disfrutar de un elote al natural recién cortado de aquellas parcelas y sobre todo la convivencia con su madre, a quien por la distancia ahora visita cada año y se limita a enviarle un poco de recurso.

“Voy cada que puedo, cada año. Algunos de mis hermanos o conocidos me han venido a visitar al local y dicen que ya soy millonaria; nada de eso, pero tengo para salir adelante con mis niños y fue mucho esfuerzo estos 35 años en Acapulco”.

COLECTIVO DE ARTESANOS MANTLI; UNA LUCHA POR LOS DERECHOS LABORALES DE LOS INDÍGENAS

Doña Dominga es integrante del Colectivo Mantli, organización de artesanos que surgió en 2006 en defensa de los derechos laborales indígenas en Acapulco. Después de soportar el autoritarismo, discriminación y violencia laboral por un antiguo líder que coordinaba a los artesanos que se concentraban en el zócalo; la señora María Baltazar, decidió conformar el colectivo artesanal ‘Grupo Mantli’ hizo visitas a la Secretaría de la Mujer, al entonces gobierno municipal encabezado por Félix Salgado logrando un pequeño espacio en la plaza politécnica ubicada en avenida Costera.

En muchas ocasiones tuvieron que ser reubicados pero desde hace unos años, gozan de un lugar estable en el cual se aglutinan ya 75 familias, conformadas por adultos de la tercera edad, madres solteras y hombres y mujeres de origen Nahua, Mixteco, Amuzgo y Tlapaneco.

Con el paso del tiempo han logrado obtener un espacio donde apostar sus locales, ofertar sus productos y talleres al público en general. Gracias a esta lucha constante en busca de generar un cambio positivo y una comercialización más estable para quienes conforman el colectivo, actualmente los hijos de algunos artesanos cuentan con grado académico de licenciatura o ingeniería.

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