*Pese a la situación que viven luchan por encontrar formas de subsistencia.
Texto y fotografías: Fabiola Ramos
Acapulco, Gro., 13 de marzo de 2022.- Visitar la zona rural de Acapulco es surreal, en nada se compara con las áreas más exclusivas y de «caché» donde se aglomeran cientos de turistas y empresarios.
Llegando al poblado del Amatillo se percibe la pobreza de la otra cara del destino turístico, el comisario del lugar pide ayuda a las autoridades que según expone no dan solución a los más básicos servicios.
«Fuimos con la Presidenta Municipal, Abelina López y nos dice que somos nosotros, el pueblo los que tenemos que comprar unas bombas que hacen funcionar nuestra planta de bombeo de agua potable. Aquí es donde yo me pregunto, si ella como autoridad no tiene para comprar estás bombas ¿Cómo le haremos nosotros que apenas sobrevivimos aquí» reclama.
Al dar un recorrido por el sitio, lucen unas calles sin pavimentación y ni drenaje; los animales del lugar como cerdos y gallinas merodean entre las aguas negras que se estancan entre los baches de las callejuelas principales.
La situación no varía en San Pedro Las Playas, donde a pesar de ser un lugar productor de pescado, las familias viven en el olvido.
Cuando miran sorprendidos que alguien de la ciudad va a recabar la problemática, aprovechan para difundir lo que ahí se produce.
Decenas de criaderos se miran en su laguna, gritan a lo lejos que la pesca de hoy fue productiva, muestran mojarras de gran tamaño.
«Los pescados que hoy sacamos están a 75 pesos el kilo, uno puede pesar entre 600 gramos a 1 kilo. Aquí solo hay 2 hombres en este criadero; la mayor parte somos mujeres, somos 7» dice orgullosa Josefina.
Metros atrás se encuentra Doña Estela, quien a sus 75 años de edad vende pequeños robalos bajo su techo que está por colapsar debido a los huracanes y temblores en el poblado.
Echando memelas al comal expresa que «Dios nos ha llevado para regalarnos un taco» sin esperar una remuneración y entusiasta acerca las grandes tortillas que comenta «en nada se parecen a las tortillas cuerudas de la ciudad».
Mientras consumimos nos habla de la palabra de Dios y su fe en ella; confía en que este ofrecimiento no es únicamente hacia nosotros, sino a él mismo. Ella predica la religión cristiana al igual que la mayoría del pueblo.
Frente al gran gesto, que sin duda alguna conmovió a quienes visitamos el lugar, se despidió con bendiciones y agradecida de haber recuperado un poco de su inversión.
La calidez de estos pueblos es grande, la fe en que sus casas podrán ser reconstruidas por las autoridades federales es casi un hecho, pues manifiestan ya les han confirmado que serán apoyados.