Texto y fotografías: Juan Blanco

Tixtla, Gro., 31 de octubre de 2021.- En Tixtla de Guerrero se resiente el frío de la neblina mañanera asentada en el valle de las populares y coloridas flores silvestres y de muerto que adornan las tumbas, ofrendas, altares y que iluminan con veladores el camino de los que ya se fueron.

Aun abrigados con suéteres gruesos, tus manos claman por lo menos un momento cálido y las resguardas dentro de los bolsillos de tu pantalón de mezclilla también helado; tus mejillas y orejas sin embargo continúan fríos como los pies de una persona que agoniza acostada en su cama.

Mientras tanto, el terciopelo, la cempasúchil, la nube, margarita y una que otra mercadela nacidas en las melgas de tierra tezoquite, están empapadas del rocío del sereno de la reciente madrugada, y cuyas gotas de agua inmoviles y cristalinas que reflejan el cielo nublado hasta asemejan ser pequeñas esquirlas de hielo.

No obstante, el estado del clima tienen sin cuidado a los productores de flor de muerto en dicho municipio histórico de la región Centro del estado: Melitón González Crispín, de 59 años de edad, y Marcelino de la Cruz Onorato, de 65, son dos de ellos.

Ambos llegan al campo plano conduciendo cada uno un triciclo; visten con ropa ligera, insistimos, aún con las inclemencias metereológicas: short, playera o camisa de manga corta y un sombrero de palma deteriorado, son algunas de las prendas que apenas portan.

Los dos caminan descalzos entre las melgas de un metro de ancho por 35 de largo sin importar el lodo negro que ensucian sus pies o de algún pequeño animal ponzoñoso que pudiera atacarlos o de algún clavo o espinos que pudieran pisar y causarles dolor.

Meli, como le llaman sus conocidos, se carga en los hombros una bomba manual para fumigar los surcos del terciopelo morado con agua mezclada con líquido que él llama medicina y que se penetra, según dice, en los poros abiertos de la flor para reforzar sus raíces.

Por el viento que corre en algunos momentos, parte del líquido que fumiga se le va a su rostro quemado por el sol, y la otra, forma en el aire un arcoiris efímero que después se expande y cae como brisa al suelo; pero esto no es impedimento para dejar de maniobrar su bomba de mochila: va y viene andando una y otra vez, dejando las huellas de sus pies sobre el lodo.

Por su parte, Don Marcelino enciende su reproductor MP3 y escucha música en una estación local de «Radio Alborada», mientras riega con una manguera conectada a una bomba de gasolina que está en un pozo artesiano de agua una melga que está sin sembrar.

Sobre la punta de la manguera agrícola negra de dos pulgadas de grosor, pone su dedo índice para que el agua caiga en forma de lluvia sobre la tierra que habrá de crear los nutrientes necesarios de los que se alimentarán las flores para nacer y crecer.

Con el rostro ya marchito, cabello y bigote canosos, Don Marcelino nos cuenta que lleva 45 años produciendo flor para el Día de Muertos que se conmemora el 2 de noviembre, es decir, más de la mitad de su vida ha estado en los campos si consideramos que tiene 65 años de edad.

Nos dice que a sus 10 años, madrugaba para irse a trabajar todos los días a los sembradíos con su papá Carlos de la Cruz, fallecido hace más de 30 años, y su mamá Justina Onorato, muerta hace dos años, sin descuidar la escuela a la que entraba a las 9:00 de la mañana.

En estos largos años, Don Marcelino ha padecido y vencido diversas enfermedades que han puesto en riesgo su vida. El Covid-19 es una de ellas, la cual contrajo a finales del 2020, y a pesar del estado deplorable de su salud, se resistió ir a un hospital y decidió mejor aislarse por 90 días en su casa y tomar medicinas caseras.

El horrible recuerdo de este pasaje de su vida, ponen trémulos sus labios resecos y entrecortan su voz que le causan un efímero lloriqueo, mientras con su mano derecha empuñada se enjuga rápidamente sus ojos llenos de lágrimas, una de las cuales rodan por su pómulos marchitos y mejillas hundidas.

El recuerdo se va, y Don Marcelino nos cuenta que este año sembró 14 melgas de flor de terciopelo y de cempasúchil, usadas mayormente por las familias en esta época tradicional de México.

Por su cuenta, Melitón González Crispín, quien lleva trabajando en los campos más de 25 años, nos dice que en esta temporada apenas sembró en tierras rentadas 10 melgas de distintas flores, seis de las cuales se perdieron debido a la húmedad y por los «hongos malos que se comieron sus raíces», y nos indica que en cada una invirtió cuatro mil pesos, mismos que no ha recuperado.

Pero, ante estas circunstancias, ambos productores confían que estos días logren vender todas sus melgas de flores dentro y fuera de Tixtla, como, aseguran, lo fue el año pasado a pesar de la crisis económica provocada por la pandemia del Covid-19.

Mientras tanto, entre las ramas de los árboles verdes que rodean el valle de las populares y coloridas flores silvestres y de muerto del histórico municipio de Tixtla de Guerrero, ubicado a 30 minutos de Chilpancingo, la capital del estado, se penetran los primeros rayos del sol y la fría neblina comienza a diluirse.

A lo lejos ladra un perro amarrado y se escucha la voz del locutor que pone una y otra canción en la estación local de «Radio Alborada» que sintoniza Don Marcelino en su pequeño reproductor MP3, mientras trabaja, y no dejará de hacerlo hasta que, dice, cante el grillo que da señal de que pronto oscurecerá.

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