Texto: Luis Daniel Nava

Chilapa, Gro., 09 de diciembre de 2021.- Aquél sábado por la noche llovía como nunca, parecía que el cielo se iba a caer. Afuera de La Cueva del Club de Leones, en Chilapa, el tumulto conformado por jóvenes, estudiantes, campesinos, obreros y profesionistas provenientes de los barrios, de la comunidad vecina de Acatlán, de Chilpancingo y de Tlapa no se movía para estar presentes en la tocada de la banda El Haragán y Compañía.

Horas antes, los integrantes de la banda comían un pozole con su botanita y su mezcal en el popular barrio de San Rafael. Lo hicieron en medio de otra multitud: adentro y afuera del domicilio de una familia chilapense, decenas de seguidores los esperaban para conocerlos de cerca. Unas verdaderas estrellas del rock del barrio, de la calle.

Fue un 30 de junio del dos mil, la ciudad artesanal y religiosa también era pacífica, nadie se imaginaba que una década después entraría en una vorágine de violencia que siguen padeciendo miles de víctimas.

De eso pasaron 21 años y El Haragán y Compañía estará de nuevo en Chilapa, ahora como parte de la cartelera de la feria.

Pero el recuerdo de aquella legendaria tocada sigue vivo. El organizador y uno de los asistentes narran parte de lo vivido.

En esos años, Ricardo Nava Jiménez, El Richard, organizaba bailes masivos amenizados con sonideros de moda. Para variar la cartelera pensó meter a un grupo de rock.

Sin intención de buscar a un representante, se aventuró al entonces Distrito Federal para buscar cerca del aeropuerto la oficina de Luis Antonio Álvarez Martínez, fundador, compositor, vocalista y pilar de la banda.

“Que me voy a buscarlos, con mucho trabajo, pero llegué. El trato fue directo, sin intermediarios, tenían su representante, pero yo fui directamente a verlo; acordamos la cantidad que me iban a cobrar por el evento”.

Estando en la ahora Ciudad de México, El Richard acordó con el rockero y su banda que previo a la tocada conviviera con sus seguidores en su domicilio en el barrio de San Rafael.

El Haragán y Compañía estaba en su mejor momento. En sólo ocho años habían grabado seis discos de estudio, donde salió la mayoría de sus éxitos ahora convertidos en himnos del rock urbano mexicano.

De Valedores juveniles (1990), Rock que se comparte (1991), A Capela I y II (1992 y 1996), En el corazón de no hay nada (1994) así como En algún lugar en el cielo (1998) se desprenden las canciones Juan el descuartizador, Mi muñequita sintética, No estoy muerto, Él no lo mató, A esa gran velocidad, ¿Qué va hacer de él, Dios?

El Haragán, Buscando amor en la calle, Morir de noche, Sé mujer, Y es por eso que me voy, Aburrida la vida, Purgante de amor, Sobreviví, En algún lugar en el cielo, Tuve un sueño, Campeón, Por si pierdo la razón, Vivir por vivir, Mi liberación, entre otras.

Ese sábado, minutos después de las cuatro de la tarde, un camión marca Dina rotulado con el nombre y el famoso logotipo de la banda –un hombre recargado sobre un nopal y enfrente un poste de luz, con tenis rojos tipo Converse, cubierto con un gabán y ancho sombrero­–, llegó al barrio de San Rafael y se estacionó a dos cuadras del domicilio, afuera de la casa de don Sabino.

“De ahí se vinieron caminando para la casa, se les preparó un pozolito, lo tradicional de Chilapa, con su botana, se echaron unos mezcales con mi papá (Ricardo Nava). En ese tiempo El Sopas (Octavio Espinoza) le entró al mezcal”.

“Mis papás (Ricardo y Francisca Jiménez) estaban bien contentos. Todos disfrutaron. Se convivió con el grupo y todo el equipo. Llegaron a la casa muchos vecinos y seguidores para estar con ellos. Afuera estaba lleno de chavos, las puertas estaban abiertas de la casa, se hizo el convivio”.

En el tiempo transcurrido, los padres de El Richard: Ricardo Nava Patricio y Francisca Jiménez Quiñonez fallecieron en 2014 y 2021. En mayo de 2013 murió El Sopas, el popular saxofonista del grupo.

A las ocho de la noche, El Haragán y compañía se trasladó para hacer pruebas de sonido a la Cueva del Club de Leones –un salón de fiestas ahora convertido en una bodega de productos Lala­– cerca de la glorieta Eucaria Apreza. Luz y Sonido Clase Nueva con quien amenizarían ya estaba listo.

“Mucha gente de los alrededores se dejó venir. De Acatlán, de Chilpancingo, de Iguala, de Acapulco, de Tlapa. Mucha gente llegó, también llegaron reporteros”, cuenta el Richard.

Aunque no todos quedaron contentos. Un reportero, recuerda El Richard, enfureció porque no se le permitió entrar sin pagar, decía que la cobertura del concierto justificaba su boleto. Y aunque se le hizo un descuento, tomó la foto del organizador para denunciarlo en la prensa escrita.

“Le comenté que no podría dar esas facilidades porque no era un evento patrocinado y no estaba asociado con nadie”, recuerda.

Al acto también llegó un nutrido grupo de estudiantes de la escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Guerrero, compañeros y camaradas de Gustavo Alberto Nava, hermano de El Richard.

A la entrada y con un par de paquetes de vasos desechables llegó el diputado local del PRI, Jesús Parra García. En ese entonces era empleado del ayuntamiento. Se coló al salón engañando: dijo que los vasos eran un apoyo oficial para la realización del concierto.

La entrada al concierto costó 90 pesos y la banda con una voz, tres guitarras, un bajo, una trompeta, un saxofón y una batería tocó como una hora y media.

Al fondo del escenario solo colocaron una manta negra de unos tres metros cuadrados con un logo minimalista con el nombre de la banda. El Sopas –tocando, bailando y haciendo ademanes– le dio unos tragos a una botella de Azteca de Oro que de entre el público le compartieron.

Al final, los seguidores tuvieron acceso al autobús para la foto del recuerdo y autógrafos en discos, posters y playeras.

Luis Antonio “El Haragán”, estaba muy sorprendido porque esa noche en Chilapa cayó un aguacero histórico, mojando los puestos de artesanos ya instalados en las inmediaciones del tianguis.

“¿A poco así llueve aquí en Guerrero?, ¡nunca habíamos visto un aguacero tan fuerte!”, expresó.

“El rock es para siempre»

La lluvia intensa de esa noche no detuvo a Néstor Moreno Lorenzo y a más de 30 compas que desde Acatlán llegaron a la tocada de El Haragán.

“Fue una noche con mucha lluvia, parecía que el cielo se iba a caer, aún así del pueblo logramos venir, yo le calculó fácil más de 30”, recuerda.

Apasionado por el metal y rock mexicano, Moreno Lorenzo dice que esa primera vez que vino El Haragán y Compañía a Chilapa era un tiempo de escasas tocadas de rock.

“Siguen siendo escasas, pero en Chilapa mucho más. Ya con sus primeros discos, toda la chaviza estaba emocionada, yo mismo emocionado de escucharlos en vivo, de tenerlos de cerca. Tuve la fortuna de escucharlos en la Cueva”.

“La gente sobre todo de Acatlán estaba habida de rock. Acatlán es uno de los pueblos más rocanroleros de Chilapa. Ver ahí a varios paisanos míos bailando, a ritmo de Muñequita sintética, de Juan El Descuartizador, El no lo mató, conviviendo, me trae buenos recuerdos”.

En aquella ocasión, rememora, los integrantes de la banda saludaban a los chavos, se dejaban tomar fotos; ahora, dice, tiene la incertidumbre de cómo regresará la banda en este diciembre.

“No se cómo vengan. Si vienen como rockstars, a 30 metros ya no te podrás acercar pero los chavos a veces quieren una foto o un autógrafo de recuerdo”.

Néstor Moreno dice que hace unos días en el baile de una confirmación, el sonidero puso Muñequita Sintética y los invitados se prendieron con la canción lanzada hace 31 años.

“Sigue siendo y seguirá estando vigente. Por eso dicen que el rock es cultura y es para siempre”.

Moreno define el estilo de El Haragán como rhythm and blues. El ritmo por las bases y el blues por la letra.

“Hay algunos toques de heavy en Juan El Descuartizador, pero también hay una gama, una fusión de ritmos que hasta jazz podría tener ahora”.

En sus inicios, agrega, El Haragán representaba el rock del barrio.

“Rock de barrio y pal barrio, son letras netas, directas y eso es lo que siempre me ha gustado de los grupos y sobre todo sus primeras grabaciones. Cuando inician vienen con muchas ganas, sacan lo mejor que tienen, le echan todos los kilos y hasta la fecha son las mejores canciones que tiene, desde mi punto de vista”, opina.

“Prenden más con esas canciones, son letras directas, duras, van narrando historias de la calle, de la gente, son vivencias.

Ahora, define, el sonido de las bandas es más pulcro, más completo, pero pierden el poder y la fuerza que necesita el rocanrol.

Las bandas de rock crecen, pero se suavizan, considera.

No obstante, El Haragán, asegura el cronista, sigue siendo un gran exponente del rock mexicano en todo el país y en el extranjero sobre todo en los Estados Unidos donde “de cajón” tienen dos tocadas al año. Ahora, dice, ya llenan estadios y auditorios.

Para Néstor Moreno, que convivió de cerca con Toño Lira y el extinto Arturo Huizar de Luzbel, hace falta que ahora a los jóvenes se les motive, se les den espacios para tocar con sus propias agrupaciones y que les traigan más rock, porque para él: “no todo es banda ni reguetón”.

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