Texto y fotografías: Juan Blanco
Alcozacán, Gro. 22 enero 2020.- Mientras cinco niños de aproximadamente seis años de edad hacen bailar su trompo sobre el suelo y generan entre ellos una batalla para ver quién derriba a quién, diecinueve empuñan sus armas de fuego de bajo calibre, suben tiro arriba, enganchan su dedo índice sobre el gatillo y apuntan con el cañón al frente para simular que disparan a sicarios del grupo delictivo de Los Ardillos, quienes asesinaron y calcinaron a 10 músicos el viernes pasado en la entrada de la comunidad de Mexcalcingo, ubicada en la zona indígena del municipio de Chilapa de Álvarez.
Delante de los infantes, un hombre medianamente camuflajeado los anima a no soltar sus armas con corridos clásicos de lucha que les dedica y reproduce en una bocina negra que representa el luto de las familias de las víctimas ejecutadas.
«Escuchen este corrido que yo les voy a cantar, una historia conocida yo les voy a relatar su nombre es Lucio Cabañas de la Sierra de Atoyac», se escucha a todo volúmen la canción Lucio Cabañas, interpretada por las guitarras del dueto Los Castillo.
Es así como los menores, originarios de las comunidades de Ayahualtempa y Xicotlán, el primero ubicado en el municipio de José Joaquín de Herrera y el segundo situado en Chilapa, dan una demostración de lo adiestrado que están tras este miércoles levantarse en armas y enlistarse a la Policía Comunitaria de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias de los Pueblos Fundadores (CRAC-PF) y, con ello, apoyar a Alcozacán, en donde vivían los músicos masacrados.
Guillermo, un niño de apenas seis años de edad y quien cursa el primer grado en una escuela primaria en Ayahualtempa, descansa sobre su hombro un palo recién cortado de no más de medio metro.
Lo que para muchos es un simple trozo de madera, para él es un fusil de alto calibre, como el que habrían utilizado los criminales de Los Ardillos y arrebatado la vida a uno de sus paisanos.
Israel Mendoza Pasado de 15 años de edad era uno de ellos. Ingresó al grupo musical Sensación desde hace más de cinco años y su función era el de tocar las percusiones instrumento que, según relató su tío Salvador Mendoza, le pone más ritmo a las cumbias, entre estas Huexihuitl, una canción típica de la zona indígena de Chilapa, pero que Israel no podrá interpretar nunca más.
Sin embargo, Guillermo, quien calza huaraches cruzados de hule, viste pantalón azul de mezclilla y playera verde olivo con las insignias de la CRAC-PF, un color sinónimo de lucha, pronuncia un claro mensaje aun con la dificultad para hablar español pues su lengua nativa es el náhuatl: «me armé para defender mi pueblo y seguir manteniendo mis tradiciones.
Pero, por un momento este pequeño, quien se encuentra a lado de su compañero Chimino con una escopeta calibre 20, ve jugar a los cinco niños de la misma edad que él con su trompo y, un poco cohibido, precisa su comentario: «No quiero ser policía comunitario todo el tiempo, quiero ser profesor».
Las oportunidades de continuar con sus estudios son mínimas para Guillermo, pues en las 16 comunidades -13 del municipio de Chilapa y 3 del municipio de José Joaquín de Herrera- en donde tiene presencia la CRAC-PF, no hay planteles del nivel superior, denuncia el coordinador de este sistema comunitario, David Sánchez Luna.
Agrega que en dónde sí hay prepas o telebachilleratos es en Hueycantenango y en Chilapa, la cabecera municipal, pero advierte, «mandar a los niños a estudiar ahí es como mandarlos al matadero porque es donde operan Los Ardillos».
Sin embargo, Guillermo, quien tiene tres hermanitos mayores que él -Delfina y Chano de 7 años de edad y Gabi de 8- empuña su arma de palo, sube tiro arriba, engancha su dedo índice sobre el gatillo, apunta con el cañón al frente y envía a «Los Ardillos» una señal de defensa.
De la misma forma lo hacen sus 18 compañeros pero con fusiles reales color plata, entre las cuales hay calibre 22 y escopetas calibre 12, 16, 20 y 10.